La mujer
pareció mirar la mugre, habrá pensado Mónica, por como volvió a mirarse. Apenas
movió los ojos de arriba a abajo, pero cuando nos vemos de arriba a abajo a
nosotros mismos ese ligero movimiento de la cabeza que casi disimulamos hasta
de nosotros para aceptarnos la mugre, y siempre por pudor, o debiera, o no, aunque
la mugre… no sé que es mugre, qué es más mugre, lo que llevamos, o las crostas
de humos y tierra en la falta de estándar a ese progreso común medio en el que
nos desenvolvemos, pongámosle occidental, pongámosle limpio y descalzos, o con
sandalias de tiritas de plástico en un otoño entrado, que por más otoño
misionero del que se trate, es de humedad que cala, que enferma, humo que se ve,
para los acostumbrados a ver humo y no otros
rasgos y sus rostros, su, cuanto más su mejor, nada de soy, o de
reflejar pobreza a secas en los tonos de Mónica. Mónica que fue Mónica aún
antes de saberlo Feli, claro, y desde que se paró en la vereda de una mujer que
por no escuchar, o pretender no hacerlo, decía no, fue toda Mónica.
Labios
gruesos, cabello corto, también grueso, crespo y no tanto, de ojitos negros,
bien negros, y chispa, como si tanto fuego seco en la ropa se hubiese quedado
dentro de ella, sin llama a la vista, pero con tanto ojo! Y rojo, en la ropa,
en la remera, en los aromas, en las pantorrillas flacas y algo esquivas, como
queriéndose ir, de puro no saber más que andar, de mover el tranco cansino que
nunca queda quieto, y menos al siempre.
Feli los
veía mientras escuchaba las risas que venían de la habitación y se decía que
no, que no puede ser esta la aspereza a la que nos sometemos por no aceptarnos,
porque lo complejo es aceptarse y no simular aceptar las formas del otro, sino
recibirnos mutuamente, y es mentira muchas veces, y uno por educación hace que
acepta, el otro por ignorancia hace que mira con aceptación, pero cruzan la
vereda, siguen por la calle y saben, la que queda y la que va, que sus mundos
son irreconciliables y ambas pelearan y pelearan aún inconscientemente para ver
quién se queda con el mundo, o terminar en el acuerdo ideal que propone la
higiene, de nadie se meta con nadie.
Aunque
los accidentales descartemos que es nuestro y que no comprendamos que dentro de
los occidentales están las culturas invadidas y que por más occidentales buenos
que nos creamos el mundo es nuestro, y que los españoles cristianos
conquistadores de Alvar Nuñez para acá…bla bla, no sabemos.
Porque
no hay saber cierto, no sabemos que piensan los “sometidos a pobreza” los
subyugados por la selva, lo que queda, o porque ellos no quieren que sepamos,
para seguir naciendo, quizá.
Y
es tan complejo para unos y a la vez parece tan simple acercarnos que bastaría
dejar de lado toda marca, y abrir el portón, pero los humanitos andamos
cerrados y no sabiendo.
Hijo
e hija, de este lado del portón blanco, portón de galería de casa blanca,
rubia, que no hizo, porque Feli no hizo esa casa más que por dentro, o lo que
hacen de la casa sus habitantes, y no lo rubio y lacio que tanto tenía de raza
la casa, se reían, como todos empezando la vida: riendo, supliendo palabras con
sonrisas no sé, de pequeñas vergüenzas, chiquitas insolencias, de no saber que
son tales y si no nos cansamos, esperamos que toda respuesta cierta, se
encuentre en los ojos. Y ellos reían mientras las partículas de tierra, o el
mundo, se encerraba en sus ojos y a Feli se le iba enredado la ropa en las
manos dándole rosca y ya sin saber si era ropa o palabra lo que se le enroscaba
entre los dedos y esos ojos que iban anunciando lo que para uds que miran, ya sé,
vienen viendo, ella empezó a acercarse y Mónica a bajar la mirada, no por los
ojos atrevidos de Feli, sino por ejercicio de preservación, se me ocurre. -.
Porque el ser humano, como todo ser supongo, se desarrolla de acuerdo al medio,
muta, se amaña, y por más historia que nos contemos mutuamente, la mirada se
baja por preservación, para cerrarnos
cuando se viene encima el chubasco. Y
Feli venía con un no, aunque Mónica viese venir un cuerpo sin marcas de
no en las coyunturas. Sin enjuteces.
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